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miércoles, 26 de junio de 2013

Sin título


En un jardín donde crecen melocotoneros hay un niño quien ya no solo siente curiosidad por mapas y grabados, sino que también desea ver el mundo a través de la luz del sol y de la luna, navegar en una barca durante la madrugada con la luz agonizante de una vela, sentir el bienestar de sus miembros hasta que aparezca escarcha en su barba y  tenga que subir la colina donde no se escuchan voces de ningún hombre vivo…

Así de reales son las imágenes que nos son reveladas a través de la descripción. A medida que se va adentrando en el mundo del escritor, se va adquiriendo conocimiento que ayuda a encontrarse con uno mismo. Estas revelaciones son el espejo donde uno puede verse, el crisol donde uno mismo puede fundirse. Ya que aprendí que toda la naturaleza es parte de mí y viceversa, ahora puedo aprender que a través de estas imágenes puedo ver mi espíritu, puedo valorar tanto la vida como la muerte, el bien y el mal, ya no solo es sentir, es también superar las limitaciones que imponen los sentidos, ir más allá que el hombre común.
Aunque la literatura no se agota en la descripción, esta es la que lleva la línea prioritaria en cuanto a hacer un ejercicio de reflexión, ya que en esta puede verse claramente el proceso de observación e intuición, para concluir en la elaboración de algo magnífico a los corazones de los hombres. El acercamiento del observador se hace también mío. La individualidad es también dualidad, no solo el escritor se define en el papel, también lo hago yo cuando leo ese papel. Ser  a la vez el budista y el aire que él mismo respira. La información acerca del mundo puedo verla, y experimentarla, para al final reflexionar. Todo esto gracias a la descripción, que ahora ya no solo entra por los sentidos, también lo hace por medio del alma.

Todo esto conlleva a un solo propósito: el encuentro y la elevación, tanto de cuerpo, alma y mente. Tomo la sensibilidad del escritor, que me describe perales y bambúes, amores lésbicos y destrucción, mientras esta sensibilidad me es transferida para que yo la procese y la transmute: conocimiento en estado bruto, para que yo lo procese y haga oro con él. Así talvez pueda, como los escritores que leo, establecer relaciones entre la naturaleza y la meta-realidad, entre lo externo y lo interno…

Ahora puedo decir que en la descripción del mundo puedo encontrar mi propia esencia, y cuando lo hago puedo elevar mi espíritu y así poder ver que la naturaleza muerta adquiera vida, que lo negro adquiera belleza al igual que lo rosa, nace la inquietud de dormir cerca del cielo y de tocar las estrellas con mis manos, así como de conocer al gran Rey Subterráneo, quien conoce la angustia del hombre. En fin, transportarme a otro universo más allá de los hombres donde pueda embriagarme y drogarme con la luna y mi sombra, y al mismo tiempo escuchar mi propia voz que me diga: “Este ser vivo eres tú”.


Instrucciones para hervir agua Cristal a una temperatura ambiente de 23 grados centígrados con una llamada perdida en el teléfono celular y una lámpara árabe para limpiar

Escrito en 2005.

1. Compre la garrafa de agua al muchacho vendedor de agua Cristal. Asegúrese de pagar exactamente los $1.7654334351. Olvídese de hacer la conversión a colones.

2. Al volver a entrar a su casa, sonará su móvil. Es su novio, pero usted sabe que no puede contestar porque tiene una lámpara que limpiar y agua potencialmente contaminada que hervir.

3. Camine a la cocina. Destape la garrafa, encienda la estufa y hierva toda el agua por un día.

4. El móvil sonará de nuevo. Conteste. Su novio habrá colgado: no lo verá más en su vida. Le queda de consuelo la reliquia árabe. Cuando intente limpiarla, la temperatura aumentará a 122 grados centígrados y la lámpara se quebrará. Todo por la culpa del agua contaminada.

Sin título V

El sol se había puesto. Joseph sabía que tenía que buscar un lugar para pasar la noche. Se encontraba en el desierto, ese paisaje donde la soledad se convierte en una aliada caprichosa, donde la belleza se capta con los ojos cerrados y con la mente abierta. Acababa de despedir a Marie y había decidido que su partida no le afectaría más. Aún pensaba en ella, la deseaba. Ya no sufre. Ni yo, se dijo.
Aquella noche no decidió buscar un lugar donde dormir. Solo pensaba en el futuro. Mañana comenzaré otra vida, dijo al oyente invisible.

De hombre a dios

Reporte de lectura de "Las Metamorfosis" de Ovidio, escrito entre noviembre y diciembre de 2005 para un curso universitario, cuyo contenido y creadora abrieron fisuras en mi pensamiento.

Todo es desorden y caos, una lucha entre la naturaleza y los dioses. La naturaleza cede y empieza la creación: además de seres vivos cuya piel se corta, la espada se crea también: es el fin de la primavera eterna. Ahora siento la necesidad de poseer, de dirigir los cuatro vientos a mi conveniencia. Comienza la guerra. Puedo ver a Saturno, el Titán, devorar a su propio hijo. Tengo un trono en el Concilio, y acuerdo acabar con los gigantes. Comienzo la Gigantomaquia. También acuerdo desterrar a nereidas, sátiros y faunos a que vivan en la Tierra. Presencio el atrevimiento de Licaón, quien corta la garganta de sus verdugos para presentármelos en un banquete. Tiene que ser castigado por discutir mi omnisciencia. Incendio su casa invocando a los cuatro elementos… Despierto de este sueño, pero al mismo tiempo, deseo quedarme y conocer más, poseer la inmortalidad de las deidades. Pero las puertas del Olimpo se me cierran por un instante y me encuentro de nuevo en el mundo real. He sentido algo que es difícil que sienta con una obra literaria de la actualidad. Ni siquiera con mi mago favorito (seis libros y cuatro películas) había experimentado tal presencia. Las transformaciones que sufren quienes lograr desafiar a los dioses puedo sentirlas también. Claro que no me convertiré en árbol por ceder mi castidad sexual. Hablo del fondo de las transformaciones, las que se dan en el interior, aunque se tenga que sacrificar la piel exterior. Como la mutada Dafne y la violada Ío, quienes lucharon por lo que creían, incluso si todos los demás estaban en contra. Así me identifico con estos seres que empiezan a morar en mí, quienes al final encuentran redimirse y lograr la eternidad divina y literaria.


Ya departimos sobre las reflexiones de un pensador que se originaron hace cientos de años, sobre la vida de los grandes héroes mortales antiguos, sobre lo increíble de los viajes en el otro extremo de la Tierra y sobre las grandes obras universales de principios del milenio. Dichas obras parecerían incluirse entre los trescientos libros que uno tiene que leer en su vida. Pero Las Metamorfosis tiene que ser el trescientos uno. ¿Por qué? Unos dicen que tienes que empezar a leer a Ovidio para descubrir y disfrutar el fascinante y cada vez más seductor mundo de los dioses. Otros manifiestan que la calidad de Ovidio es comparable a la de Virgilio y de Hesíodo, sus influencias. Pero yo sostengo que la aproximación al conocimiento de las necesidades y emociones humanas es la principal arma del libro, la habilidad del autor de cautivar con las historias clásicas a lectores como ustedes y yo. Por ejemplo, el triángulo amoroso Calisto-Diana-Júpiter me demuestra que aunque la situación sea adversa, habrá algún cielo en algún lugar en donde brillemos con mucha más intensidad. Incluso el sexo y las técnicas de seducción que involucran a estos dioses también las vi de otra forma. Así también espero que, al leer este libro, sientan y se adentren en el universo que hizo que yo también sufriera una metamorfosis: la habilidad de ser un dios más, un ser del bosque, un titán o un animal que espera el auxilio de las musas. Solo espero que todos ustedes también sientan la emoción de cuando fui Apolo y maté con mis mil flechas a la serpiente Pitón, engendrada por la naturaleza, instaurar unos juegos en mi honor, y premiar las cabezas de los ganadores con las hojas inmortales de mi árbol sagrado.

martes, 18 de junio de 2013

Sin título IV

La gente que uno quiere tiene la habilidad de morir varias veces, dijo Francisco, sentado en la mesa del comedor. Los que aún estamos vivos lo sabemos: ya sea que aparezcan de imprevisto o finjan nunca haberse ido, no nos asombramos. Lo que resentimos es cuando les llega el momento de partir otra vez. No nos cabe en la cabeza que regresarán. En ese momento las lágrimas y la tristeza no nos abandonan. El ardor queda el pecho cuando se les olvida que solo nos han dejado con nuestra cotidianeidad.